Las Manos de Dios

¿Por qué parece que Dios no interviene para remediar los males del hombre? Una reflexión para pensar... y actuar.

Cuando observo a esos niños desnudos, descalzos y desnutridos, sin más esperanza que una muerte temprana, me pregunto: ¿dónde estarán las manos de Dios?

Cuando contemplo a esa anciana olvidada en un asilo; cuando su mirada es nostalgia y balbucea todavía algunas palabras de amor por el hijo que la abandonó, me pregunto: ¿dónde estarán las manos de Dios?

Cuando veo al moribundo en su agonía llena de dolor; cuando el sufrimiento es intolerable y su lecho se convierte en un grito de súplica de paz, me pregunto: ¿dónde estarán las manos de Dios?
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Cuando miro a ese joven antes fuerte y decidido, ahora embrutecido por la droga y el alcohol; cuando veo titubeante lo que antes era una inteligencia brillante y ahora harapos sin rumbo ni destino, me pregunto: ¿dónde estarán las manos de Dios?

Cuando veo a esas criaturas indefensas, sin más armas que la esperanza en el amor de su madre, ser asesinadas en el vientre materno, víctimas del aborto, me pregunto: ¿dónde estarán las manos de Dios?

Cuando miro la destrucción desenfrenada del medio ambiente, convirtiendo a nuestro planeta en un lugar encaminado a la destrucción, me pregunto: ¿dónde estarán las manos de Dios?

Cuando observo tanto odio entre los seres humanos, ocasionando terrorismo y guerras, me pregunto: ¿dónde estarán las manos de Dios?

Y me enfrento a Él y le pregunto: ¿dónde están tus manos, Señor? para luchar por la justicia, para dar una caricia, un consuelo al abandonado, rescatar a la juventud de las drogas, dar amor y ternura a los olvidados, alimentar a los hambrientos…

Después de un largo silencio escuché su voz que me reclamó: "no te das cuenta que tú eres mis manos, atrévete a usarlas para lo que fueron hechas, para dar amor y alcanzar estrellas".

Y comprendí que las manos de Dios somos "TU y YO", los que tenemos la voluntad, el conocimiento y el coraje de luchar por un mundo más humano y justo, aquellos cuyos ideales sean tan altos que no puedan dejar de acudir a la llamada del destino, aquellos que desafiando el dolor, la crítica y la blasfemia se retienen a sí mismos para ser las manos de Dios.

Señor, ahora me doy cuenta que mis manos están sin llenar, que no han dado lo que deberían de dar, te pido ahora perdón por el amor que me diste y no he sabido compartir, las debo usar para amar y conquistar la grandeza de la creación.

El mundo necesita de esas manos llenas de ideales, cuya obra magna sea contribuir día a día a forjar una nueva civilización que busque valores superiores, que compartan generosamente lo que Dios nos ha dado y puedan llegar al final habiendo entregado todo con amor. Y Dios entonces seguramente dirá: ¡ESAS, ESAS SON MIS MANOS!